Casa Chontay
Salir de vacaciones a las afueras de Lima puede significar muchas cosas: una inmersión en el desierto y sus dunas, la cercanía con el mar y sus playas o una visita ribereña a alguno de los fértiles valles de la costa de la capital.
A unos cuarenta minutos en auto de Cieneguilla —conocido refugio de paseo campestre limeño— se encuentra la localidad de Chontay, distrito de Antioquia. Un paraje ya más alejado de los condominios, hoteles de bungalows y restaurantes campestres que abundan sobre la carretera. Caminos empedrados y angostos, anuncian la llegada a algún lugar con carácter. De hecho, dicen algunas leyendas de lugareños que por lo solitario del lugar, se le asocia a fenómenos paranormales durante la noche.
Emplazada en una de las laderas que miran al valle del Río Lurín, nos quedamos pocas noches en Casa Chontay. Se trata del tipo de lugar que te hace sentir inmediatamente en casa. Diseñada por su propietaria la arquitecta Marina Vella, la casa se divide en tres módulos principales que gozan de una mística especial, donde el cuidado paisajista y cada detalle contemplado en el diseño arquitectónico colocan al angosto valle del Río Lurín como protagonista absoluto. Rodeado por cerros, este refugio único en su especie, está pensado por su dueña y creadora para que sus huéspedes se desconecte de la ciudad. Nada de TV, poco internet y las comodidades justas y necesarias para pasar un fin de semana volcados hacia lo natural: un maravilloso jardín repleto de paltos, arbustos de frambuesas y huertos con hierbas, una agradable piscina, dos perritos muy amigables, muchas hamacas y por la noche la luz de una luna espectacular que lo cubre todo.
La piedra y el adobe en diálogo con el verde, son la norma en Casa Chontay. Un estilo rústico dado por el adobe se fusiona con la familiaridad de ese aire casero que sus dueños han sabido aportar a los espacios con sus historias y objetos, ya que se trata de su segundo hogar. El resultado son espacios interiores y exteriores totalmente acogedores. Nos sentimos abrigados y bien recibidos entre sus paredes cálidas y sus ambientes de un solo piso durante el frío clima nocturno. Ningún espacio sobra, pero tampoco se siente como si algo faltara.
El jardín de la casa da la sensación de proyectarse hacia los cerros y conecta con el río Lurín de manera muy especial. Una caminata misteriosa a través de enormes matas de junco parecería llevarnos a otro plano natural. No sabemos bien cuánto faltará para llegar al río pero confiamos en el trayecto. Una vez atravesado el camino, llegar al agua y sus abundantes piedras y algunos puentes rústicos, es un lujo más exquisito que cualquier spa. Todo lo demás es disfrutar de las generosas horas de sol en esta parte de Lima, encender el calentador con leña al caer la noche, abrir un buen vino al borde de la piscina o echarse a leer o conversar bajo sus techos de caña o a la sombra de sus plataneras.
Una vez que recargamos energías bajo el intenso sol del mediodía, partimos caminando hacia el pueblo de San José de Nieve Nieve (o simplemente Nieve Nieve), a unos 20 minutos de caminata a un lado de la carretera que termina en las aún alejadas montañas de Huarochirí. El nombre del pueblo es tan peculiar que nos despierta curiosidad.
Caminamos por unas cuantas bodegas que ofrece fruta local como membrillo y limón dulce, helado artesanal y una minúscula plaza. Nada de internet y casi ningún taxi. Habrá que caminar de vuelta a casa. En el camino hacia el poblado, encontramos visitantes recorriendo un camino arriba en el cerro. Luego nos cuentan que en lo alto de una quebrada seca, existe un mirador hacia el sitio arqueológico de Nieve Nieve rodeado por un camino inca, lo que le agrega interés y un mayor aura de misterio al lugar. Según especialistas del Proyecto Qhapaq Ñan, este sitio habría sido parte del curacazgo de Sisicaya, estratégicamente ubicado para conectar con valles costeros más alejados. Será para la próxima visita a Chontay que exploremos las ruinas arqueológicas y las antiguas historias detrás de este interesante paraje limeño.